Mientras la globalización se consolida y la humanidad asimila las lecciones de la historia encaminándose, si no es al fin de las contradicciones por lo menos a síntesis en cada vez más áreas, hay países y presidentes que confirman que las reglas tienen excepciones. Las similitudes entre lo que de Zimbabue hizo Robert Mugabe y el destino al que parece encaminarse la Bolivia del populismo cocalero de Evo Morales lo prueban.
Como el africano, el boliviano llegó al poder rodeado de esperanza, tanto al interior como al exterior de su nación, producto de un sistema que luego se aplicó en destruir mediante la institucionalización del fraude y la distorsión grosera de los principios jurídico institucionales. En ambos casos se mantuvo, en apariencia, un sistema político democrático pero administrado con mecanismos de fraude y coerción electoral, así como mediante la persecución y hostigamiento de la oposición, el crimen político y la utilización de la turba como forma de terrorismo de Estado.
Aunque Mugabe, que ha sido comparado con Hugo Chávez, habiéndolo este último defendido públicamente varias veces, tiene estudios universitarios, formación de la que Morales carece, ambos iniciaron sus gestiones con campañas para erradicar el analfabetismo, objetivo que lograron parcialmente.
Así como Morales garantizó con vehemencia el respeto a la propiedad privada sólo para avasallarla justificando oficialmente los despojos con un cinismo inverosímil, Mugabe se comprometió a preservar las unidades agrícolas productivas pero, cuando el despilfarro en sus decisiones económicas obstaculizó continuar con la prebenda, sencillamente hizo asaltar las propiedades generando un éxodo masivo.
Como en Bolivia se expulsó a la DEA, en la ex Rhodesia se expulsó a observadores internacionales y a periodistas, a los que Mugabe calificaba en términos displicentes como su homólogo criollo. En materia económica, el discurso demagógico, y no la definición racional y responsable, se constituyeron en el eje de las decisiones adoptadas, lo que en Zimbabue acabó con la economía desatando una dantesca hiperinflación y que en Bolivia ha hecho que las inversiones se reduzcan prácticamente a cero en el 2008 y el poder adquisitivo real se reduzca, salvo entre quienes están ligados al circuito coca-cocaína, que es lo único que crece.
Donde las coincidencias completan un cuadro penoso es en la facilidad con la que las diferencias étnicas fueron utilizadas por ambos para reinar mediante la confrontación y el odio motivado racialmente, así como la forma en que se empezó a justificar el atropello, la maniobra vil, el consolidar engaños de tamaño cada vez más descomunal y el hilvanar con aires teatrales engañifa tras patraña, en una aparentemente infinita sucesión de imposturas.
Las justificaciones de los crímenes de Achacachi, del asalto a la familia y a la vivienda de un ex vicepresidente constitucional, un ciudadano y hombre de bien de la talla de Víctor Hugo Cárdenas y la indisimulada presión para que los senadores oficialistas retiren sus firmas de un informe sobre un caso de homicidio y corrupción, son sólo los tres ejemplos más recientes de que en Bolivia la infamia de Robert Mugabe ya tiene, en el Presidente y su suplente, émulos de muy parecidas características
Como el africano, el boliviano llegó al poder rodeado de esperanza, tanto al interior como al exterior de su nación, producto de un sistema que luego se aplicó en destruir mediante la institucionalización del fraude y la distorsión grosera de los principios jurídico institucionales. En ambos casos se mantuvo, en apariencia, un sistema político democrático pero administrado con mecanismos de fraude y coerción electoral, así como mediante la persecución y hostigamiento de la oposición, el crimen político y la utilización de la turba como forma de terrorismo de Estado.
Aunque Mugabe, que ha sido comparado con Hugo Chávez, habiéndolo este último defendido públicamente varias veces, tiene estudios universitarios, formación de la que Morales carece, ambos iniciaron sus gestiones con campañas para erradicar el analfabetismo, objetivo que lograron parcialmente.
Así como Morales garantizó con vehemencia el respeto a la propiedad privada sólo para avasallarla justificando oficialmente los despojos con un cinismo inverosímil, Mugabe se comprometió a preservar las unidades agrícolas productivas pero, cuando el despilfarro en sus decisiones económicas obstaculizó continuar con la prebenda, sencillamente hizo asaltar las propiedades generando un éxodo masivo.
Como en Bolivia se expulsó a la DEA, en la ex Rhodesia se expulsó a observadores internacionales y a periodistas, a los que Mugabe calificaba en términos displicentes como su homólogo criollo. En materia económica, el discurso demagógico, y no la definición racional y responsable, se constituyeron en el eje de las decisiones adoptadas, lo que en Zimbabue acabó con la economía desatando una dantesca hiperinflación y que en Bolivia ha hecho que las inversiones se reduzcan prácticamente a cero en el 2008 y el poder adquisitivo real se reduzca, salvo entre quienes están ligados al circuito coca-cocaína, que es lo único que crece.
Donde las coincidencias completan un cuadro penoso es en la facilidad con la que las diferencias étnicas fueron utilizadas por ambos para reinar mediante la confrontación y el odio motivado racialmente, así como la forma en que se empezó a justificar el atropello, la maniobra vil, el consolidar engaños de tamaño cada vez más descomunal y el hilvanar con aires teatrales engañifa tras patraña, en una aparentemente infinita sucesión de imposturas.
Las justificaciones de los crímenes de Achacachi, del asalto a la familia y a la vivienda de un ex vicepresidente constitucional, un ciudadano y hombre de bien de la talla de Víctor Hugo Cárdenas y la indisimulada presión para que los senadores oficialistas retiren sus firmas de un informe sobre un caso de homicidio y corrupción, son sólo los tres ejemplos más recientes de que en Bolivia la infamia de Robert Mugabe ya tiene, en el Presidente y su suplente, émulos de muy parecidas características
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