En el desenfreno de demagogia y reduccionismo al que se ha comprimido el debate público, para los políticos como para muchos medios de comunicación, los problemas alejados de la esfera propiamente político-institucional o económica-reivindicativa prácticamente no existen. El medio ambiente, que en el mundo define segmentos de la agenda publica y cuenta con partidos y lideres dedicados a él, en Bolivia es secundario.
Los refundadores de la Patria están tan ocupados en avivar el odio racial y la confrontación, que no tienen tiempo de considerar problemas como la devastación ecológica generada por el cultivo de coca y su derivado el narcotráfico, cuyo crecimiento es exponencial desde la llegada al poder de Morales. Pontifican sobre lo sagrado pero son incapaces de definir iniciativas que impidan que el lago Titicaca se convierta en una inmensa cloaca a raíz de las aguas servidas y residuos minerales que en él se vierten. Han “recuperado” Aguas del Illimani, no para resolver el problema del agua, sino para cuotearse su administración, compensando con el dinero de los pobres a las empresas que dicen censurar.
Pero el más grave desastre ambiental ya está ocurriendo. En los Andes, el calentamiento no es una abstracción, sino una realidad perceptible cotidianamente. Desde hace algunos años, existe en La Paz, y más en El Alto, amén del aumento de la temperatura en todas las estaciones, una extraña sensación en la piel descubierta y que se puede casi sentir con la vista, que hace palidecer los colores. La que produce rayos ultravioleta, que llegan a un nivel de 20 en una escala que sólo cuenta con 16.
En la altura, el fenómeno, originado en la emisión de gases invernaderos, es más dramático que a nivel del mar. Los glaciares están derritiéndose a un ritmo surrealista y la migración es masiva debido al deterioro de la productividad agrícola en el altiplano, ligada a lo mismo. Como se sabe, la responsabilidad se sitúa lejos de Bolivia, que contribuye con el 0,03% de la emisión de gases. Está en el mundo industrializado y en los países emergentes. No obstante, las consecuencias, en el muy corto plazo las padeceremos nosotros, especialmente los habitantes de tierras altas. Correspondería por ende que quienes gobiernan encaren esta perspectiva formulando políticas públicas integrales a nivel nacional, y de gestión internacional.
De no ser así, en un espeluznante corto plazo, La Paz y las ciudades altiplánicas verán, más allá de la falta de inversiones, y la capitalidad plena o parcial, la pavorosa realidad de cáncer de piel a una escala masiva, falta de agua y racionamiento de electricidad. Claro que siempre podremos contar con que Hugo Chávez mande botellitas de agua con su foto, como lo ha hecho con las víctimas del terremoto en el Perú, en un acto de ruindad que no tiene parangón
Los refundadores de la Patria están tan ocupados en avivar el odio racial y la confrontación, que no tienen tiempo de considerar problemas como la devastación ecológica generada por el cultivo de coca y su derivado el narcotráfico, cuyo crecimiento es exponencial desde la llegada al poder de Morales. Pontifican sobre lo sagrado pero son incapaces de definir iniciativas que impidan que el lago Titicaca se convierta en una inmensa cloaca a raíz de las aguas servidas y residuos minerales que en él se vierten. Han “recuperado” Aguas del Illimani, no para resolver el problema del agua, sino para cuotearse su administración, compensando con el dinero de los pobres a las empresas que dicen censurar.
Pero el más grave desastre ambiental ya está ocurriendo. En los Andes, el calentamiento no es una abstracción, sino una realidad perceptible cotidianamente. Desde hace algunos años, existe en La Paz, y más en El Alto, amén del aumento de la temperatura en todas las estaciones, una extraña sensación en la piel descubierta y que se puede casi sentir con la vista, que hace palidecer los colores. La que produce rayos ultravioleta, que llegan a un nivel de 20 en una escala que sólo cuenta con 16.
En la altura, el fenómeno, originado en la emisión de gases invernaderos, es más dramático que a nivel del mar. Los glaciares están derritiéndose a un ritmo surrealista y la migración es masiva debido al deterioro de la productividad agrícola en el altiplano, ligada a lo mismo. Como se sabe, la responsabilidad se sitúa lejos de Bolivia, que contribuye con el 0,03% de la emisión de gases. Está en el mundo industrializado y en los países emergentes. No obstante, las consecuencias, en el muy corto plazo las padeceremos nosotros, especialmente los habitantes de tierras altas. Correspondería por ende que quienes gobiernan encaren esta perspectiva formulando políticas públicas integrales a nivel nacional, y de gestión internacional.
De no ser así, en un espeluznante corto plazo, La Paz y las ciudades altiplánicas verán, más allá de la falta de inversiones, y la capitalidad plena o parcial, la pavorosa realidad de cáncer de piel a una escala masiva, falta de agua y racionamiento de electricidad. Claro que siempre podremos contar con que Hugo Chávez mande botellitas de agua con su foto, como lo ha hecho con las víctimas del terremoto en el Perú, en un acto de ruindad que no tiene parangón
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