La problemática de los hidrocarburos fue uno de los ejes del movimiento comunicacional, social y político que acabó derrocando a dos gobiernos constitucionales y sembrando el camino para la victoria del MAS. Un eventual recopilador de pronunciamientos, escritos, declaraciones, marchas y tomas de posición probablemente quedaría atónito. Que no se dijo y escribió para lapidar un proceso que, iniciado mediante la estabilización de la economía de 1985, tuvo en las leyes 1194, 1689, y en la capitalización social sus principales hitos. Reduciendo temas de intrincada complejidad técnica a meras consignas repetidas con una furia reiterativa propia de la ignorancia, se acabó por pintar un cuadro de una simplicidad tramposa, con actores y políticas o totalmente malos, o completamente buenos. Se lo sigue haciendo.
Logrado ese objetivo a nivel del debate publico, y luego de la renegociación de los contratos y de la compra de refinerías, la obstinada realidad es que, no existiendo una política de hidrocarburos basada en el raciocinio sino en la consigna, los marchistas que antes coreaban “¡el gas no se vende carajo!” ahora bien podrían gritar “¡el gas se compra carajo!” ¿A quién? ¡a los venezolanos! ¿Por cuánto? ¡Por tanto carajo! O algo por el estilo.
Por primera vez el país se verá en la situación de importar GLP, diesel oil, fuel oil e incluso gasolina, como consecuencia de la “política” de hidrocarburos del MAS cuya principal característica es, junto con el despilfarro, calumniar y amenazar primero, y exigir inversiones después a las mismas empresas y países que previamente se calificó de saqueadores, contrabandistas, estafadores, etc.
Lejos de reconocer algún grado de responsabilidad, el ministro del rubro, uno de los más connotados vociferadores en contra de las políticas anteriores, sigue atribuyéndole al neoliberalismo, a la capitalización y a quien fuere el desbarajuste que sus propias palabras y decisiones han causado. “Refundó” YPFB con bombos y platillos y no tuvo en cuenta, o pretende pasar por quien no tuvo en cuenta, que para el efecto se necesitaban millones de dólares y por lo menos algunos técnicos con alguna competencia adicional a la agilidad para subirse a un camión repartidor de garrafas.
Lo propio puede decirse de las agresivas afirmaciones del Ministro de Planificación quien, confrontado con el total escepticismo de los inversionistas brasileros a volver a considerar a Bolivia en sus planes, espetó que “nadie está obligado a invertir en Bolivia”, afirmación evidente pero desatinada, torpe y ridícula si tomamos en cuenta que con el 0,14 por ciento de la población mundial producimos el 0,02 por ciento de lo que el mundo.
Logrado ese objetivo a nivel del debate publico, y luego de la renegociación de los contratos y de la compra de refinerías, la obstinada realidad es que, no existiendo una política de hidrocarburos basada en el raciocinio sino en la consigna, los marchistas que antes coreaban “¡el gas no se vende carajo!” ahora bien podrían gritar “¡el gas se compra carajo!” ¿A quién? ¡a los venezolanos! ¿Por cuánto? ¡Por tanto carajo! O algo por el estilo.
Por primera vez el país se verá en la situación de importar GLP, diesel oil, fuel oil e incluso gasolina, como consecuencia de la “política” de hidrocarburos del MAS cuya principal característica es, junto con el despilfarro, calumniar y amenazar primero, y exigir inversiones después a las mismas empresas y países que previamente se calificó de saqueadores, contrabandistas, estafadores, etc.
Lejos de reconocer algún grado de responsabilidad, el ministro del rubro, uno de los más connotados vociferadores en contra de las políticas anteriores, sigue atribuyéndole al neoliberalismo, a la capitalización y a quien fuere el desbarajuste que sus propias palabras y decisiones han causado. “Refundó” YPFB con bombos y platillos y no tuvo en cuenta, o pretende pasar por quien no tuvo en cuenta, que para el efecto se necesitaban millones de dólares y por lo menos algunos técnicos con alguna competencia adicional a la agilidad para subirse a un camión repartidor de garrafas.
Lo propio puede decirse de las agresivas afirmaciones del Ministro de Planificación quien, confrontado con el total escepticismo de los inversionistas brasileros a volver a considerar a Bolivia en sus planes, espetó que “nadie está obligado a invertir en Bolivia”, afirmación evidente pero desatinada, torpe y ridícula si tomamos en cuenta que con el 0,14 por ciento de la población mundial producimos el 0,02 por ciento de lo que el mundo.
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