Para los liberales, y con mayor
énfasis para los que defienden las ideas libertarias muy en
boga últimamente, el Estado debiera reducirse a su mínima expresión, y como fin
último, prácticamente desaparecer. Desde
John Locke y Adam Smith el estado tiene como único fin proteger los derechos
individuales de los miembros de la sociedad; el mejor estado es el que menos
interviene. El liberalismo clásico es reacio a un estado fuerte y a gravar con
altos impuestos a los ciudadanos.
Lo objetivo es que desde el punto
de vista de la creación de riqueza, de la innovación y la creatividad pocos
disputan la idea de que el liberalismo y su mecanismo procedimental el
capitalismo, funcionan y cumplen sus objetivos mejor que cualquier otro
sistema. Como afirmara Henry Hazlitt[1]:
"El sistema capitalista, es un sistema de libertad, justicia y producción.
En todos estos aspectos es infinitamente superior a todos los otros sistemas
que son siempre coercitivos. Pero estas tres virtudes no deben separarse. Cada
una de ellas surge de la otra. El hombre sólo puede ser moral cuando es libre.”
Una de las grande paradojas de la
predominancia del capitalismo por sobre el socialismo en términos generales
tiene que ver con la galáctica disparidad entre los más ricos y los más pobres
a nivel mundial. “Las ocho personas más ricas del mundo, todos hombres,
acumulan en sus carteras más riqueza que la mitad de la población del mundo más
pobre, unos 3.600 millones de personas.[2]”
La superioridad objetiva del liberalismo
a pesar de este problema estructural altamente preocupante, junto con un
relativo estado de ausencia de conflictos bélicos, llevó a mirar con gran optimismo la situación
del mundo en las primeras décadas del siglo 21 a pesar de muchos otros desafíos
como el calentamiento global, la desaparición de las especies vegetales y
animales y la contaminación.
En palabras
de Etxbarria Apalategui[3]
“Los datos demuestran que el mundo no empeora, sino que mejora. Vivimos mejor
que nuestros antepasados: la esperanza de vida aumenta, la mortalidad infantil
desciende, el analfabetismo se reduce, la riqueza y la renta es mayor, la
pobreza extrema va mitigándose, la igualdad de género va siendo cada vez una
realidad más palpable, las posibilidades para vivir una vida sana están cada
vez más en nuestra mano y somos más libres. Sí, a pesar de todo.”
En ese contexto general, la pandemia
del corona virus se cierne como un disuasivo contundente para quienes sostenían
la superioridad absoluta del liberalismo/capitalismo, la necesidad de achicar
el estado, el “fin de la historia” y
para los demasiado confiados en su optimismo.
En efecto, la pandemia, previsible
para algunos, una inmensa sorpresa para la mayoría, pone en tela de juicio la
eficacia de los instrumentos del liberalismo y sobretodo la idea de qué otra
cosa que el estado con una gran E puede administrar sus dimensiones sanitarias,
económicas, sociales y hasta psicológicas y culturales.
Si no tendríamos estados
nacionales e instituciones públicas, locales, nacionales e internacionales para enfrentar a este monstruo desconocido es
bastante seguro que no habría sencillamente forma de enfrentarlo. Seria
inimaginable que solo los mecanismos del mercado, las manos y brazos
invisibles, la fuerza de la iniciativa privada y el impulso del interés
individual, tendrían siquiera sentido alguno sobre todo al inicio de este desafío
para despegar los recursos organizacionales que la situación requiere.
El desafío sanitario del
coronavirus, la administración de la información, la repartición de insumos y
equipos, los lineamientos estratégicos y el costo de los tratamientos solo puede ser enfrentado por los ministerios
de salud del mundo, la imperativa
universalización de las políticas públicas no admite ni siquiera la
distinción publico privada y ha de, esencialmente, considerar a todo ser humano
contagiado como merecedor de igual tratamiento.
En los Estados Unidos todo el debate
político sobre el seguro médico ha sido momentáneamente zanjado por el
Presidente Trump[4] ante las circunstancias instruyendo a todos
los hospitales privados de acoger a pacientes sin seguro asegurando que el estado
federal cubrirá los costos.
En el ámbito de las consecuencias
económicas del apagón económico mundial resulta inconcebible una situación donde
los estados centrales no hubiesen asumido un rol más que protagónico para
intentar amortiguar el shock sobre el empleo, evitar el colapso de las bolsas y
asegurar desde la cuasi paralización del tráfico aéreo mundial y el no pago de
los servicios básicos, incluyendo el internet, hasta en algunos caso los
alquileres e incluso la alimentación de cientos de millones de personas.
Todo eso y mucho más solo lo podían haber
decidido e implementado, en su inmensa y sin precedentes complejidad conceptual
y logística, los estados nacionales y las reparticiones públicas de todo el orbe. Estados Unidos inyectó más tres
billones en la economía[5]
y la unión europea medio billón sin contar las inyecciones de sus estados
miembros por separado pero en ambos casos y en el de países súper poblados como
la India y China han asegurado la sanidad y la seguridad públicas[6]
en condiciones nunca vistas, apenas imaginadas.
Guardando las distancias y
sobretodo las proporciones en términos demográficos, en Bolivia toda la
formulación e implementación de las políticas sanitarias y económicas para
resistir la pandemia han estado a cargo de un gobierno transitorio apoyado en
los medios del estado desmantelado y politizado que se heredó del masismo.
Pero a pesar de las inverosímiles
limitaciones de toda índole, incluyendo
el irracional y criminal hostigamiento de Evo Morales y sus adláteres hasta la fecha el ejercicio puede ser
calificado de relativamente aceptable en la dimensión sanitaria en relación a
lo ocurrido con países comparables. A pesar de haberse auto infligido una seria
herida en términos de credibilidad y confianza al proclamarse candidata a la
presidencia, apoyándose en la legalidad constitucional masista, la señora Añez
ha logrado enfrentar la pandemia en las
necesidades de muy corto plazo, cerniéndose no obstante una gran incertidumbre
sobre lo que ocurrirá en el mediano termino sobre todo a nivel económico.
Resulta imperativo que se defina, por ejemplo, un mecanismo de concertación política que,
empezando por el tema de las elecciones nacionales y sub nacionales construya
una mínima legitimidad a las decisiones que un gobierno transitorio está
tomando ya que las mismas tendrán consecuencias estructurantes hacia el futuro.
Lo que se decide hoy, endeudarse para dar bonos, apoyar a ciertos sectores y no
a otros tendrá consecuencias prácticamente imposibles de revertir por los
próximos gobiernos cuya legitimidad emergerá de las urnas.
Si algo puede resultar positivo
de toda esta crisis es revalorizar la idea que el estado, antes que
abstracciones jurídico burocráticas, son personas. “Revaloricemos y agradezcamos hoy a quienes
prestan los servicios esenciales del Estado. El rol de quienes están en la
trinchera por el otro –en más de una ocasión vapuleados- médicos, enfermeros,
trabajadores sociales, policías, militares, prestadores de servicios en general que
dependen de una sola decisión: la de poner lo mejor del país -y del Estado- a
favor de todos para ser mejores.”[7] En la post pandemia, en el marco de un debate
que debe empezar ya, quedara claro que ninguna ideología con pretensiones
historicistas , definitivas, ninguna sombra de fundamentalismo excluyente tiene
ya espacio ante una realidad que es totalmente nueva y en la que se ratifica la
necesidad de combinar un nuevo estado con las fuerzas de la creación de riqueza.
[1]
Citado por J Milei https://www.cronista.com/columnistas/La-superioridad-etica-del-capitalismo-20161018-0028.html
[2] https://www.bbc.com/mundo/noticias-38632955
[4] https://www.nytimes.com/2020/04/03/upshot/trump-hospitals-coronavirus.html
[5] https://elpais.com/economia/2020-04-24/ee-uu-inyecta-tres-billones-de-dolares-en-su-economia-desde-el-inicio-de-la-pandemia.html
[7] https://www.infobae.com/opinion/2020/03/27/el-coronavirus-reavivo-un-debate-necesario-cual-es-el-rol-del-estado/
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