El ofensivo título de este artículo fue tomado de lo
escrito por un facebookero que merece permanecer anónimo por su intolerancia y
poca calidad humana. Lo uso provocativamente por que resume espléndidamente la
posición del gobierno municipal de La paz y de un significativo sector de la
sociedad paceña.
Para este ejército de
descontentos los trabajadores del volante no tiene familias ni derecho al
trabajo y si les reconocen tal cosa igual hay que odiarlos y denostarlos.
Las redes sociales han servido de
escenario para transmitir con la impunidad que brinda cierto nivel de anonimato
la idea de que en La Paz hay que librar una verdadera guerra en contra de los
conductores de minibuses. La idea es aquí que estos caballeros tiene que ser poco
menos que expulsados de la ciudad y condenados al destierro, como en el
medioevo, estigmatizados, discriminados con argumentos clasistas y racistas. Con una
actitud a medio camino entre una histérica intolerancia y una desatada
prepotencia la alcaldía y muchos twitteros en otros temas muy democráticos,
sumados a esas instancias de supuesta representación hibridas que son las
juntas vecinales todos coinciden en agredir, insultar descalificar,
generalizando, a todo el sector.
Nadie niega que el minibusero
promedio tiende a ser descortés e impaciente, conduce a menudo en forma
agresiva, que algunos son desaseados y
que sus vehículos están a veces en malas condiciones, que convocan a pasajeros
a bocinazos, una costumbre insoportable, entre otros problemas. Obviamente esta
descripción no se ajusta a todos, probablemente ni siquiera la mayoría pero es
evidente que la calidad del servicio adolece, en su conjunto de serias
deficiencias aunque alguno podría legítimamente argumentar que se trata de un
servicio de precio bajo, muy
competitivo, rápido y casi siempre disponible.
Pero el trabajo que llevan a cabo debe ser de
los más estresantes que es posible concebir en una ciudad. Expuestos al ruido
constante, al trafico incesante, al mismo malhumor de los pasajeros y a su
equivalente en agresiones y falta de cortesía, los minibuseros tiene en muchos
casos que trabajar para otro, en cuyo caso son casi trabajadores informales y
mal pagados o son deudores de las cuotas mensuales del minibús al banco o a
proveedores.
Sentados gran parte del día, respirando la contaminación que caracteriza
ahora a la ciudad, sus condiciones de trabajo son las de los “tiempos difíciles
“de la modernidad. Peor aún, generalmente de poca formación, los minibuseros
parecen no haberse dado cuenta que agarrar a chicotazos al infractor en un paro
es pésimo para su propia imagen, sin hablar de que evitar el paso de una ambulancia
en igual circunstancia es un acto criminal, aunque imite lo que el actual
presidente hacia e instigaba hacer en sus primeras épocas de lucha sindical.
Lo más grave en este asunto es
que ellos son, no obstante, un reflejo de lo que nuestra sociedad es, un
conjunto en el que se privilegia el corto plazo por sobre lo estructural, en la
que cada interés específico es más importante que el general y en la que los conflictos y las demandas se intentan
solucionar por la presión o la presión. El gobierno municipal encara pues el desafío
de enfrentarse con minibuseros promoviendo su descalificación social y ellos se
defienden a bloqueo limpio, incluyendo prácticas censurables como las ya mencionadas.
Es la autoridad la que debe
definir políticas publicas integrales sobre la problemática del transporte en
este caso en el municipio paceño y debe hacerlo extremando esfuerzos para
concertar y velar por el interés de todos. Esta gente esta defendiendo su
derecho a trabajar y su poca formación no los hace menos ciudadanos de este
país ni les quita sus derechos, menos autoriza a estigmatizarlos.
Los que, como en el caso de la
ambulancia impedida de pasar violen la ley deben ser sancionados con todo el
peso de la misma pero al mismo tiempo se debe trabajar, no en insultar sino en ofrecer
oportunidades de formación y capacitación que desemboquen en la reconversión laboral
y les permita una salida.
Atrincherados cada uno en sus posiciones,
prescindiendo en un cien por ciento de la necesidad de situarse en el lugar del
otro, sin debatir desarmados espiritualmente el único resultado plausible será
el del resentimiento y el odio, para quien pierda esta y todas las pulsetas de esta índole.
En realidad es la forma masista
de encarar la resolución de conflictos, que la alcaldía de la paz, ex aliada
aplica con todo rigor. Presión vs
presión, descalificación total del otro, imposibilidad de transacción y si se
puede sumar la fuerza de una turba, ideal. Así no construiremos más que
división.
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