jueves, 15 de junio de 2017

Minibucerdos

El ofensivo  título de este artículo fue tomado de lo escrito por un facebookero que merece permanecer anónimo por su intolerancia y poca calidad humana. Lo uso provocativamente por que resume espléndidamente la posición del gobierno municipal de La paz y de un significativo sector de la sociedad paceña.

Para este ejército de descontentos los trabajadores del volante no tiene familias ni derecho al trabajo y si les reconocen tal cosa igual hay que odiarlos y denostarlos.

Las redes sociales han servido de escenario para transmitir con la impunidad que brinda cierto nivel de anonimato la idea de que en La Paz hay que librar una verdadera guerra en contra de los conductores de minibuses. La idea es aquí que estos caballeros tiene que ser poco menos que expulsados de la ciudad y condenados al destierro, como en el medioevo, estigmatizados, discriminados con argumentos clasistas y racistas.   Con una actitud a medio camino entre una histérica intolerancia y una desatada prepotencia la alcaldía y muchos twitteros en otros temas muy democráticos, sumados a esas instancias de supuesta representación hibridas que son las juntas vecinales todos coinciden en agredir, insultar descalificar, generalizando, a todo el sector.

Nadie niega que el minibusero promedio tiende a ser descortés e impaciente, conduce a menudo en forma agresiva,  que algunos son desaseados y que sus vehículos están a veces en malas condiciones, que convocan a pasajeros a bocinazos, una costumbre insoportable, entre otros problemas. Obviamente esta descripción no se ajusta a todos, probablemente ni siquiera la mayoría pero es evidente que la calidad del servicio adolece, en su conjunto de serias deficiencias aunque alguno podría legítimamente argumentar que se trata de un servicio  de precio bajo, muy competitivo, rápido y casi siempre disponible.

 Pero el trabajo que llevan a cabo debe ser de los más estresantes que es posible concebir en una ciudad. Expuestos al ruido constante, al trafico incesante, al mismo malhumor de los pasajeros y a su equivalente en agresiones y falta de cortesía, los minibuseros tiene en muchos casos que trabajar para otro, en cuyo caso son casi trabajadores informales y mal pagados o son deudores de las cuotas mensuales del minibús al banco o a proveedores. 

Sentados gran parte del día, respirando la contaminación que caracteriza ahora a la ciudad, sus condiciones de trabajo son las de los “tiempos difíciles “de la modernidad. Peor aún, generalmente de poca formación, los minibuseros parecen no haberse dado cuenta que agarrar a chicotazos al infractor en un paro es pésimo para su propia imagen, sin hablar de que evitar el paso de una ambulancia en igual circunstancia es un acto criminal, aunque imite lo que el actual presidente hacia e instigaba hacer en sus primeras épocas de lucha sindical.

Lo más grave en este asunto es que ellos son, no obstante, un reflejo de lo que nuestra sociedad es, un conjunto en el que se privilegia el corto plazo por sobre lo estructural, en la que cada interés específico es más importante que el general y en la que  los conflictos y las demandas se intentan solucionar por la presión o la presión. El gobierno municipal encara pues el desafío de enfrentarse con minibuseros promoviendo su descalificación social y ellos se defienden a bloqueo limpio, incluyendo prácticas censurables como las ya mencionadas.

Es la autoridad la que debe definir políticas publicas integrales sobre la problemática del transporte en este caso en el municipio paceño y debe hacerlo extremando esfuerzos para concertar y velar por el interés de todos. Esta gente esta defendiendo su derecho a trabajar y su poca formación no los hace menos ciudadanos de este país ni les quita sus derechos, menos autoriza a estigmatizarlos.

Los que, como en el caso de la ambulancia impedida de pasar violen la ley deben ser sancionados con todo el peso de la misma pero al mismo tiempo se debe trabajar, no en insultar sino en ofrecer oportunidades de formación y capacitación que desemboquen en la reconversión laboral y les permita una salida. 

Atrincherados cada uno en sus posiciones, prescindiendo en un cien por ciento de la necesidad de situarse en el lugar del otro, sin debatir desarmados espiritualmente el único resultado plausible será el del resentimiento y el odio, para quien pierda  esta y todas las pulsetas de esta índole.

En realidad es la forma masista de encarar la resolución de conflictos, que la alcaldía de la paz, ex aliada aplica con todo rigor.  Presión vs presión, descalificación total del otro, imposibilidad de transacción y si se puede sumar la fuerza de una turba, ideal. Así no construiremos más que división. 

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