En el abigarrado escenario político actual, tapizado de lo que los voceros de Trump han bautizado como “hechos alternativos” eufemismo para manipulación populista a escala global, lo concreto es que oficialismo y oposición se han desgastado prácticamente al mismo ritmo. El MAS en vías de ser enterrado por las “1000 maneras de robar” que se le achacan con amplísima variedad de indicios así como la puesta en evidencia de las galácticas contradicciones entre lo que hace y lo que dice, sucumbe bajo la corrupción e inmoralidad y la revelación de su manipulación de lo medio ambiental y de lo “indígena“, categoría construida solo para su utilización electorera.
La oposición parlamentaria, por su parte, lleva el mismo tiempo que el MAS hundiéndose en sus limitaciones, contradicciones y miserias. Con heroicas excepciones individuales, la oposición divagó entre intentos de unidad y razones para la división, fue desde avalar la constitución de la Calancha hasta apoyar el referéndum revocatorio y después hacerse las víctimas.
Entre Tuto el viajero y Doria Medina el “perseguido político” que invierte 40 millones de dólares en el país en el que lo persigue lo que reina aquí es la ausencia de proyecto, la falta de sinceridad e integridad. Casi sin darse cuenta la oposición ha pasado a ser parte de la farsa oficialista y el oficialismo se solaza al mirarse en un espejo tan patético. Mezcla de una anciano chiflado que oficia de alcalde, un millonario que ofende a los verdaderos perseguidos políticos, dos ex vice presidentes con la reputación de haber traicionado a quienes los promovieron, artífices de lo que dicen combatir y un ex prefecto convertido en hipotético futuro alcalde, las cabezas de la oposición son el reflejo de la falta de capacidad genuinamente política y de espíritu nacional.
Al margen de esta patética dicotomía, minimizados en un mundo en lo que se valora es lo no genuino y se rechaza lo auténtico, las corrientes nacionalistas, las kataristas, las genuinamente comprometidas con el medio ambiente y en el fondo las del país real. La nación que debate sobre la necesidad de estudiar el pasado con objetividad pero que se preocupa sobre el futuro y lo que quedara cuando haya concluido la oscura noche masista.
El Katarismo y el MNR están entrelazados en esencia y espíritu más allá de las etiquetas y reivindicaciones en todos y cada uno de los pasos de la gesta de la revolución nacional. Katari vistió terno y corbata en 1952 de la misma manera que el cholaje movimientista se reivindica hoy aymara y quechua. El voto universal, la reforma agraria y la transformación educativa de 1953 son la expresión más lograda de la combinación de visiones kataristas, nacionalista y revolucionarias, son la suma de anhelos logrados combinado fraternalmente la convicción de un futuro mejor.
El MNR y el Katarismo demostraron con la reforma educativa de 1994 y los cambios a la constitución del mismo año, en la que se incluyó el reconocimiento al carácter multiétnico y pluricultural de la nación así como de los derechos económicos sociales y culturales de los pueblos de Bolivia como las tierras comunitarias de origen, la potencial sinergia de esa suma de fuerzas.
Pero fue sobre todo a través de la Ley de participación popular que la visión nacionalista revolucionaria y katarista logró resultados estructurales que cambiaron a Bolivia para siempre, obteniendo avances inconmensurablemente más significativos que todos los discursos que en nombre de aymaras, quechuas y guaraníes se hicieron después.
La ley de participación popular, un proceso iniciado por la suma de ambas fuerzas políticas transformo la realidad del hombre boliviano en todo el territorio no solo ampliando competencias de municipios mediante un inédito crecimiento en los ingresos basados en la población, sino iniciando la incorporación verdadera del hombre y la mujer del mundo rural, y sembrando las bases de la democracia local y de la planificación participativa, entre otros.
Le habrán cambiado el nombre, pero al igual que tantas otras estructuras jurídicas rebautizadas en la forma la participación popular sigue intacta en el fondo y en la lógica de distribución de poder político y económico y mira, altiva, los insultos histéricos de García Linera. Contrastarla con la “política” de regado de canchas de césped de plástico y la construcción del museo más absurdo de América es una ofensa al sentido común.
Hoy, ante el inexorable vacío de genuina actividad política que el populismo ha dejado y ante el despilfarro y corrupción en un contexto de crisis moral y de valores, urge reconstruir los cimientos de una suma que es exponencial, la de la legitimidad y dignidad del genuino Katarismo con el nacionalismo revolucionario, la única combinación posible para reivindicar la harmonía y la fraternidad entre mujeres y hombre ávidos de vivir en un paradigma eminentemente republicano pero global y libertario.
La suma de ambas visiones aplicadas a políticas publicas concretas es la única esperanza de revertir, por ejemplo, la oscuridad de contrabando y narcotráfico en la que se ha sumido a una gran parte del mundo rural y sub urbano y sustituirlo por un país de productores, industriales y artesanos que produzcan para el mundo con licencias, tecnologías y dignidad. Es así mismo la última oportunidad para restituir la propiedad del agricultor en el altiplano y valles, propietario parcial de su tierra ya que no le puede dar un uso mercantil.
Es, la perspectiva de construir un país donde el respeto al medio ambiente y la diversidad ecológica no sea una farsa hipócrita sino una política pública concebida con respeto y soberanía, una nación en la que el sistema de Justicia inspire respeto y no escalofríos de desconfianza y miedo. Es la posibilidad de recuperar la identidad nacional y la república y el largo plazo.
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