El confuso escenario del debate
público nacional podría dar la apariencia de que en él se discuten temas políticos ideológicos y sus correlatos
prácticos o cuestiones centrales de la sociedad y su futuro. En realidad, lo que más hay es una fatigante repetición de
consignas de uno y otro lado casi siempre centradas en descalificar a las personas y el pasado individual y colectivo.
Esto limita las posibilidades de
que el debate se concentre en temas concretos que estén desprovistos de tinte
político y que visibilicen las consecuencias de las políticas públicas. Un caso
manifiesto es el del transporte en todas sus dimensiones. Como pocos este
sector es transversal a la economía pública y privada y a la existencia diaria
de todos los ciudadanos, donde quiera
que vivan o trabajen.
No obstante, lo que rige es el
caos. El ejecutivo instala teleféricos no solo sin licitación ni transparencia
sino sin coordinación con las autoridades locales. Ofrece carreteras, trenes rapidos y nuevos teleféricos en similares condiciones
e insiste en una carretera por el TIPNIS independientemente de lo que opinen
los que allí viven, o para ser preciso, quien sea. El alcalde paceño pone en funcionamiento buses administrados por la
comuna sin tomar en cuenta al gobierno central ni mucho menos a minibuseros y
sindicatos de transporte contra los que libra una suerte de guerra de insultos
más que un intercambio de ideas.
Propuestas elementales en las
ciudades como “la prioridad a la derecha”(o a la izquierda), que los vehículos
deben detenerse ante un peatón que cruza o que existan horarios para la circulación de vehículos
de carga o maquinaria pesada ni siquiera son objeto de intentos. En su lugar, en La Paz son las muy simpáticas cebras, -pagadas
con dinero público hace más de una década, las que se promueve a pesar de que no
han cambiado un ápice a la cultura ciudadana o la seguridad de peatones o
conductores
Policías, Cebras y Guardias municipales
se disputan, como en un carnaval, la farsa
de intentar poner orden y existen quienes desde el municipio instigan al odio
contra minibuseros y afines como si no tuvieran derecho al trabajo. Los
transportistas pesados se enfrentan con la policía, los del transporte
sindicalizado optan por los chicotazos, en el aeropuerto de Cochabamba hay una
docena de aviones botados como chatarra, las cifras del teleférico son un
secreto de estado y hay rompe muelles cada cien metros en algunas partes
mientras que donde se necesitan no existen. Bocina y basura son lo único
universal.
A nivel internacional los
corredores transoceánicos que se proyectan no incluyen a Bolivia pese a su privilegiada
posición geográfica pero como se trata de realidades de largo plazo nadie se da por enterado, mucho
menos el Sr Canciller, cabeza de una repartición publica que hace 10 años solo
cosecha fracasos. Quizás entre las razones de este eventual y grave
marginamiento este que fue el presidente
actual el que instituyó, legitimó y institucionalizó el salvaje bloqueo de carreteras
como mecanismo de presión extorsiva de un grupo social hacia el resto de la
sociedad al punto de que su legado incluirá aquello, que nada se puede obtener
en Bolivia hablando, solo bloqueando.
Urge intentar despolitizar esta
columna vertebral de la actividad económica y de la calidad de vida que es el transporte
y formular y definir un conjunto de genuinas políticas públicas, es decir iniciativas
estudiadas, consultadas, planificadas y coordinadas. Sería una oportunidad para
que el gobierno, por primera vez en más de diez años, intente fungir como tal,
es decir poniendo de lado sus intereses políticos de corto plazo e invirtiendo
en una estrategia de largo plazo con la nación, no el aplauso fácil, en mente.
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