miércoles, 8 de febrero de 2017

Por una política integral del transporte

El confuso escenario del debate público nacional podría dar la apariencia de que en él se discuten  temas políticos ideológicos y sus correlatos prácticos o cuestiones centrales de la sociedad y su futuro. En realidad,  lo que más hay es una fatigante repetición de consignas de uno y otro lado casi siempre centradas en descalificar a  las personas y  el pasado individual y colectivo.

Esto limita las posibilidades de que el debate se concentre en temas concretos que estén desprovistos de tinte político y que visibilicen las consecuencias de las políticas públicas. Un caso manifiesto es el del transporte en todas sus dimensiones. Como pocos este sector es transversal a la economía pública y privada y a la existencia diaria de  todos los ciudadanos, donde quiera que vivan o trabajen.

No obstante, lo que rige es el caos. El ejecutivo instala teleféricos no solo sin licitación ni transparencia sino sin coordinación con las autoridades locales. Ofrece carreteras, trenes  rapidos y nuevos teleféricos en similares condiciones e insiste en una carretera por el TIPNIS independientemente de lo que opinen los que allí viven, o para ser preciso, quien sea. El alcalde paceño pone  en funcionamiento buses administrados por la comuna sin tomar en cuenta al gobierno central ni mucho menos a minibuseros y sindicatos de transporte contra los que libra una suerte de guerra de insultos más que un intercambio de ideas.

Propuestas elementales en las ciudades como “la prioridad a la derecha”(o a la izquierda), que los vehículos deben detenerse ante un peatón que cruza  o que existan horarios para la circulación de vehículos de carga o maquinaria pesada ni siquiera son objeto de intentos. En su lugar,  en La Paz son las muy simpáticas cebras, -pagadas con dinero público hace más de una década, las que se promueve a pesar de que no han cambiado un ápice a la cultura ciudadana o la seguridad de peatones o conductores

Policías, Cebras y Guardias municipales se disputan, como en un carnaval,  la farsa de intentar poner orden y existen quienes desde el municipio instigan al odio contra minibuseros y afines como si no tuvieran derecho al trabajo. Los transportistas pesados se enfrentan con la policía, los del transporte sindicalizado optan por los chicotazos, en el aeropuerto de Cochabamba hay una docena de aviones botados como chatarra, las cifras del teleférico son un secreto de estado y hay rompe muelles cada cien metros en algunas partes mientras que donde se necesitan no existen. Bocina y basura son lo único universal.

A nivel internacional los corredores transoceánicos que se proyectan no incluyen a Bolivia pese a su privilegiada posición geográfica pero como se trata de realidades  de largo plazo nadie se da por enterado, mucho menos el Sr Canciller, cabeza de una repartición publica que hace 10 años solo cosecha fracasos. Quizás entre las razones de este eventual y grave marginamiento  este que fue el presidente actual el que instituyó, legitimó y institucionalizó el salvaje bloqueo de carreteras como mecanismo de presión extorsiva de un grupo social hacia el resto de la sociedad al punto de que su legado incluirá aquello, que nada se puede obtener en Bolivia hablando, solo bloqueando.


Urge intentar despolitizar esta columna vertebral de la actividad económica y de la calidad de vida que es el transporte y formular y definir un conjunto de genuinas  políticas públicas, es decir iniciativas estudiadas, consultadas, planificadas y coordinadas. Sería una oportunidad para que el gobierno, por primera vez en más de diez años, intente fungir como tal, es decir poniendo de lado sus intereses políticos de corto plazo e invirtiendo en una estrategia de largo plazo con la nación, no el aplauso fácil,  en mente. 

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