martes, 18 de febrero de 2025

La verdad es lo que a mi me da la gana

 

Hasta hace poco estaba de moda el horripilante y semi diabólico término de “posverdad”, definido como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” o, en otros términos, la práctica de sostener que la verdad es lo que yo subjetivamente digo y/o creo que es y no lo que objetivamente es.

Cuatro casos recientes gatillaron episodios  de posverdad e ilustran la utilización de este reflejo verbal y comportamental. El ciudadano que agredió verbalmente a una recolectora de tunas, el comunicador que se pronunció por sostener que el sufragio universal fue un error y un retroceso, una diputada que, ante acusaciones de un adversario político, lo sindicó de racista, machista y anti-cruceño, y, por último, el tiktokero Rubén Blanco, que fue acusado y detenido por haber calificado un baile folclórico de “mugroso”.

La posverdad no está en los hechos descritos en sí, más bien en la reacción de diferentes personas y colectivos a ellos. En el primer caso, echando mano de su compulsiva necesidad de distraer la atención, los personeros del régimen denostaron al ciudadano, lo lincharon en redes  y, al final, lo condenaron a tres años de cárcel bajo los cargos de racismo, pese a que no se evidenciaba, en el video que se utilizó como prueba, ni una sola palabra de racismo. Así, bastó un linchamiento mediático para transformar una falta de urbanidad en un supuesto crimen de odio, como si se tratara de un supremacista incitando a la violencia.

En el segundo caso, el Defensor del Pueblo concluyó de oficio que el comunicador había incurrido en categorías similares de discriminación y racismo sin que tampoco pudiese sostener aquello ni por asomo. Es el mismo razonamiento que, llevado al absurdo, permitiría sostener que quien critique la democracia representativa es un enemigo del pueblo, o que quien dude de la utilidad de cierto programa estatal está discriminando a los beneficiarios de este.

La diputada Luisa Nayar, por su parte, dio de alaridos señalando que su adversario político y tocayo Luis Vázquez no podía tolerar sus expresiones por ser ella mujer, joven y cruceña, incurriendo en un comportamiento similar al no bajar a su crítico de viejo, viejito, tradicional, anciano, etc. Si se aplicara la misma lógica que ella pretende imponer, su ataque también sería una forma de discriminación por edad, pero la posverdad siempre juega a favor de quien grita más.

Por último, está el caso del influencer Rubén Blanco, procesado por el solo hecho de haber mostrado su antipatía con un grupo de danzarines de carnaval. Aplicando ese criterio, cualquier crítica artística podría ser sancionada, ya que, siguiendo el razonamiento del régimen, señalar que una película es mala equivaldría a discriminar a los actores, o decir que una comida no es de buen sabor implicaría un atentado contra la identidad culinaria de una región.

Desde el Estado masista se ha sembrado durante dos décadas el irrespeto a la ley y se ha utilizado la tergiversación y manipulación a todos los niveles, en un caótico paradigma donde los sofismas se cruzan a diario con expresiones de cinismo descarado y de mentiras descomunales. Así, la libertad de expresión es la primera victima pues la libertad pasa a ser libertinaje.

No es de extrañarse entonces que las decisiones y reacciones a menudo no solo no respeten el sentido común ni la verdad jurídica más elemental, sino ni siquiera ya el sentido semántico de las palabras, sin lo cual se puede afirmar que uno de los pilares de la vida civilizada está siendo atacado. Si se puede calificar a alguien de racista sin que exista el menor indicio de ello, también se puede sostener que los cocaleros del Chapare no son cómplices del narcotráfico a pesar de que un expresidente puede postular a pesar de existir pruebas  de que es un degenerado sexual y político y de que es moral “robar sin exagerar”. Es el mismo razonamiento por el cual en otros tiempos se decía que las dictaduras no eran tales si organizaban elecciones o que la censura no existía si se permitía criticar solo ciertos aspectos del poder.

Así como el Apocalipsis puede no estar imaginado con precisión como la recurrencia de desastres físicos como terremotos e inundaciones, sino más bien como el reino de la impostura y el cinismo, la imagen bíblica de la Torre de Babel podría quizás ser mejor entendida como una situación en la que, pese a hablar el mismo idioma, algunas personas llaman odio al amor, muerte a la vida, honradez al robo, lo que al final no solo imposibilita la comunicación racional, sino que sencillamente inviabiliza la vida en común. Es en ese mundo extraño en el que estamos empezando a habitar, una realidad oscura en la que se necesita más que nunca recuperar nuestra convicción sobre la primacía de la luz, lo bueno y lo correcto.

viernes, 7 de febrero de 2025

El peso de los antecedentes

 

Como existe una creciente demanda por actores políticos nuevos, jóvenes, si posible sin pasado ni trayectoria identificable el escenario político se va cada vez mas poblado por todo tipo de personajes, algunos fascinantes, otros patéticos, la mayoría con el requisito de audacia que se necesita para incursionar en la política de hoy en Bolivia. La política es pues una de las pocas actividades en las que se castiga la experiencia y se premia la falta de recorrido.

El hecho es que independientemente de la imagen de novedad que quieran proyectar los candidatos, el peor error que los electores podrían cometer, nuevamente, es apoyar opciones cuyos antecedentes no son coherentes con sus posiciones actuales ya sea porque su pasado político es desconocido o inexistente o porque es contradictorio con lo que hoy en día expresan, no por haber recapacitado, sino simplemente por su cinismo.

Los antecedentes personales y políticos de los actores en la arena publica no pueden ser ignorados y deben servir como mecanismo para poder medir la credibilidad potencial de los candidatos.

Tomemos a Branko Marinkovic, nunca se le conoció posturas políticas en el pasado que hubieran presagiado que se convertiría en una suerte de mezcla de Milei y Pinochet, como el que ahora se dibuja detrás de cada una de sus intervenciones públicas. Un hombre enfurecido, hecho al fanático del libre mercado y de la jibarización del estado, nunca fue, por lo menos púbicamente, pero ahora se muestra como eso y más. En rigor, con excepción de su fugaz paso por dos ministerios en los descuentos del gobierno de Jeanine Añez y su fuga luego de la masacre del hotel las Américas su participación en la arena propiamente política es nula.

La historia de Marcelo Claure es similar si tomamos el pasado político como punto de referencia, pero por diferentes razones.  Su historial propiamente político en Bolivia y fuera de ella, es inexistente, inversamente proporcional a su destacadísima y notable carrera empresarial que lo propulsó a la cima de los empresarios en Los Estados Unidos y el mundo, un logro prácticamente sin antecedentes para un boliviano con la excepción obvia de Simón Patiño y unos pocos mas  menos espectaculares.

Pero por impresionante que sean sus éxitos empresariales nunca se interesó públicamente en Bolivia ni como inversionista ni como político hasta que se compró el Bolívar, hizo generosas inversiones deportivas y ahora pretende nada menos que dirigir desde algún teclado de computadora en Dubai, Nueva York o Londres el improbable proceso de selección del   candidato “único” de la oposición política boliviana.

En ambos casos, guardando las distancias y diferencias, su accionar político esta destinado a generar inicialmente desconfianza y la habitual envidia que en Bolivia se le tiene al éxito, peor si es económico. Nunca tuvieron posiciones ideológico militantes públicas, aunque es obviamente presumible que si las tenían a un nivel personal. Pero si su verdadera intención se involucrarse en la política no les queda otro camino que acortar las distancias geográficas, y existenciales que los separan de la realidad del pueblo boliviano.

Es el derecho de cualquier boliviano ser candidato a presidente o desempeñar el rol de influenciador de la escena política en forma virtual, pero es complicado sin compartir físicamente con los que se pretende influenciar. Y tanto Claure como Marinkovic solo pueden alegar conocer la realidad de la vida en Bolivia en forma distante y virtual, lo que comlejiza la toma de decisiones.

Marinkovic pertenece a ese grupo de cruceños cada vez menos numerosos,  los jóvenes ya esta con otro chip, para quienes Santa Cruz es más importante y digna de amor que Bolivia  a quien perciben y casi padecen como un accidente del destino. Viven allí pero ignoran al resto, tiene generalmente aversión a todo lo andino y con esa actitud  mal pueden entender los desafíos de nuestras abigarradas complejidades.

Claure, de familia tradicional paceña, esta en realidad menos distante de la Bolivia profunda a pesar de su larga ausencia y mediante el futbol tiene un contacto  con una parte de la realidad y las pasiones locales lo que puede ser un terreno indirecto pero fértil para la incursión directa en la arena política.